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Terapia Narrativa

Para White y Epston (1993), las personas enfrentan dificultades cuando viven “historias dominantes” que están “saturadas de problemas”. Esas historias dominantes son restrictivas, ya que no incluyen partes importantes de la experiencia de la persona, y pueden llevarlas a conclusiones negativas acerca de su identidad.

 

En esta terapia, la palabra “narrativa” se refiere tanto a los relatos que las personas se cuentan a sí mismas y a los demás acerca de sus vidas como al conocimiento experiencial y de primera mano de personas y comunidades al que los pensadores posmodernos asignan la misma legitimidad que al conocimiento “científico”. Este conocimiento “local” surge, se expresa y consolida en la interacción con los otros. El posmodernismo señala que todo conocimiento está influido por la sociedad y cuestiona muchas de las “verdades dominantes” comunes en Occidente. Considera que muchas de estas verdades, surgidas del “conocimiento experto”, sirven para justificar (bajo una capa de benevolencia y objetividad) las prácticas de dominación de quienes ostentan el poder.

Los creadores de la terapia narrativa la enmarcan en el pensamiento postestructuralista que critica la descripción del ser humano en términos de mecanismos físicos o biológicos. Se piensa que las metáforas de “profundidad”, “estructura” y “síntoma” tienen menos utilidad que las que contrastan las descripciones “ralas” de la experiencia con las “gruesas”, siendo aquéllas las que se aceptan sin someterlas a examen y éstas las que se derivan de la experiencia concreta y de primera mano.

La terapia narrativa encaja también dentro del construccionismo social, según el cual la fuerza más poderosa para modificar nuestras vidas son los relatos que nos contamos constantemente a nosotros y a los demás y que representan la visión que tenemos del mundo y de nuestras relaciones. Estos relatos van perdiendo realidad en la memoria a medida que son filtrados por las normas y supuestos sociales y por “conocimientos expertos” atribuidos a otras personas. El recuerdo no solamente se distorsiona: se distorsiona de una forma determinada cultural y socialmente. Por esto los “relatos del yo” suelen ser “ralos” y la observación atenta de sus orígenes puede llevar a narrativas más ricas, más apegadas a la experiencia, más saturadas de “conocimiento local”. Por medio de este conocimiento, expresado en narrativas fieles a la experiencia, las personas ven su vida con mayor perspectiva, superan sus problemas, reconstruyen sus identidades en términos positivos y se esfuerzan por aproximarse a sus redescubiertas metas.

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