La decisión de divorciarse o separarse, genera cambios profundos dentro del núcleo familiar, pudiendo conllevar sentimientos mezclados que muchas veces generan angustia, frustración y confusión en cada uno de los integrantes, específicamente en los niños más pequeños y que son los más vulnerables, pues no son lo suficientemente maduros para expresar lo que les pasa, lo que sienten frente a la ruptura.
Los padres y madres necesitan estar al pendiente del proceso que viven los hijos durante esta situación, es decir, esencialmente deben anteponer el bienestar de sus hijos por encima de las emociones que experimentan hacia el otro padre, específicamente si son de animosidad, puesto que una ruptura mal orientada puede colocar a los niños en una clara situación de riesgo, comprometiendo seriamente su estabilidad emocional y su proceso madurativo.
Son los adultos los responsables de evitar tales consecuencias, afrontando el proceso de manera responsable y cuidadosa, pues esto les permitirá aprender nuevos modelos de relación con sus hijos, así como también con la ex pareja. Si afrontan el proceso de separación de buena forma, asegurarán en gran medida el bienestar de los hijos.